Por Roberto Frías, director Agrícola de La Rioja Alta, S.A.
Si nos pidieran que recitáramos las variedades de vid que conocemos, ¿cuántas seríamos capaces de nombrar? Diez, quince, veinte…
Quizás, los más entendidos dirán alguna más, pero seguramente, nos costará pasar de la treintena. Pues bien, se habla de que pueden existir del orden de 10.000 variedades de vid repartidas por todas las zonas vinícolas del mundo de las que, en España, se podrían encontrar por encima de las 500. De ellas, cultivadas actualmente apenas se alcanza la cifra de 130, siendo 111 autóctonas y el resto foráneas.
De lo anterior se deduce que, como en otros campos, en la viticultura se ha producido una simplificación en el elenco de variedades cultivadas con una pérdida ingente de diversidad genética que resulta irreparable y difícilmente cuantificable en términos económicos. Búsqueda de mayor productividad, adecuación a los gustos de los consumidores, mayor facilidad de manejo, menor sensibilidad a plagas y enfermedades, etc. son argumentos que se han manejado para justificar la sustitución de variedades minoritarias, autóctonas y, en ocasiones, endémicas por otras traídas de fuera, sin haberles dado la oportunidad, en la mayoría de los casos, a las primeras de demostrar su potencial enológico.
Me vienen a la memoria mis andanzas años atrás por la recóndita zona de los Arribes del Duero donde algunos viticultores me hablaban con afecto del “Bastardillo” y del “Bruñal”, variedades a punto de extinguirse y de las que sólo se encontraban algunas cepas aisladas entremezcladas en los viñedos con las mayoritarias “Rufete” y “Juan García”. Algún bodeguero apasionado y romántico se propuso vinificar uvas en pureza obteniendo vinos con una concentración difícilmente alcanzable por el resto de variedades de la zona.
Algo similar ocurrió en Rioja con, por ejemplo, la “Maturana Tinta” rescatada de viñedos viejos en los que permanecía oculta entre las cepas de Tempranillo. Tras unos años de investigación y experimentación fue admitida para su cultivo dentro de la D.O. Calificada Rioja ya que da lugar a vinos con una carga polifenólica difícilmente alcanzable por el Tempranillo mayoritario.
A nivel personal, mi abuelo paterno me contaba que cuando él decidía plantar un viñedo, elegía una variedad predominante pero siempre intercalaba, de forma aleatoria, cepas de otras 3 o 4 variedades diferentes porque daban “alegría” al vino. Ejemplo de ello es la viña de “La Pilastra” (Cenicero), plantada hace casi 51 años. Si nos paseamos entre sus cepas encontramos mayoritariamente Viura (Macabeo) pero, si prestamos atención distinguiremos también Malvasía Riojana (Rojal), Calagraño (Jaino), Garnacha Blanca y alguna de cepa de otra variedad que todavía no he sido capaz de identificar.
La mayor parte de estos viñedos viejos, que constituían un auténtico reservorio de diversidad genética vitícola, están desapareciendo “gracias” a las ayudas otorgadas por los organismos públicos para la reestructuración de viñedos. ¡Qué error tan imperdonable!
Sobre el autor:
Roberto Frías,
director Agrícola de
La Rioja Alta, S.A.
Roberto Frías es ingeniero agrónomo por la Universidad Politécnica de Madrid y Magister en Enología y Viticultura por la Universidad de La Rioja.
Trabaja como director Agrícola de La Rioja Alta, una bodega centenaria que en 2015 celebró su 125 aniversario. El Grupo Rioja Alta está formado por Aster, Torre de Oña, Lagar de Cervera y Rioja Alta. Tiene presencia en las zonas vinícolas de Rioja, Rioja Alavesa, Ribera del Duero y Rías Baixas.