El turismo sigue en la agenda de muchos amantes del vino y por supuesto las visitas a bodegas y viñedos son algunas de las actividades más demandadas. El enoturismo en Mallorca tiene una amplia oferta y siempre resulta posible combinar vacaciones, playa y bellos paisajes con la ampliación de conocimientos sobre los vinos de esta isla y su historia y tradición vitivinícola, que se remontan a tiempos de la ocupación romana.
Desde hace ya unos años la palabra enoturismo se ha colado en el vocabulario del mundo de los viajes hasta tal punto que la oferta actual existente es sorprendente. De norte a sur y de este a oeste son numerosas las regiones del mundo que ofrecen esta experiencia turística a la que se apuntan desde novatos curiosos hasta expertos catadores. El cliente es variopinto, independientemente de su grado de conocimiento de enología.
Tanto el turista de completo relax como el cicloturista que día tras día recorre cientos de kilómetros, ninguno desdeña la cata de un buen vino. El enoturismo es muy plural, con la única limitación de la edad… Aunque tampoco esto es del todo cierto. Si bien los más pequeños no pueden probar el néctar fermentado de las uvas, sí que pueden conocer y aprender todos los entresijos de un arte y oficio milenario.
Mallorca, destino obligado para el enoturista
Un destino que no puede faltar para los amantes del buen vino y los que aspiran a ello es Mallorca. Los vinos mallorquines, gracias a su calidad, se han hecho con un lugar privilegiado dentro del turismo enológico. Se trata de un turismo sostenible, del cual se benefician tanto los visitantes como las empresas locales. Descubrir el más de medio centenar de bodegas o cellers de la isla es conocer su cultura y su historia, pero también sus paisajes más allá del sol y playa.
Blanca Terra es una de estas bodegas mallorquinas que se han subido al tren de los tiempos modernos. La familia Febrer, originaria de Mallorca, lleva con dedicación, pasión y conocimiento sus viñas en Porreres y su bodega en Montuïri, hecho que queda demostrado con los numerosos premios que han recibido sus vinos en los últimos años. Ellos han sabido crear un espacio que combina tradición y modernidad, y en el que los visitantes pueden disfrutar del buen vino, de originales eventos y descubrir la historia del vino en la isla. Una historia movida, rica en acontecimientos, llena de vicisitudes, ante las que los viticultores por suerte no se han rendido.
La historia de la enología y el enoturismo en Mallorca
Mallorca parte con la ventaja de que ambos componentes, el turismo y la enología, tienen allí mucha solera. Aunque hubo una época en la que el primero casi hace desaparecer a la segunda.
Por lo que al turismo se refiere, Mallorca fue ya en el siglo XIX un destino pionero que atrajo y fascinó a los viajeros de todo el mundo. Desde entonces hasta la fecha visitantes ilustres (Chopin, George Sand, Rubén Darío, Errol Flynn, Grace Kelly…) y anónimos han puesto pie en la isla.
Por lo que respecta a la viticultura, desde la ocupación romana, allá por el siglo II a.C, los suelos isleños son tierra de vinos. Más de dos mil años en los que el vino mallorquín ha pasado por épocas de esplendor, de altibajos y de sequía. En jaque lo han puesto, entre otras causas, la filoxera a finales del siglo XIX, la Guerra Civil en la década de los 30 y, precisamente, el turismo en la década de los 60. Un poco cegados por el nuevo “fruto” con sus promesas de inmediata riqueza, muchos agricultores dejaron los campos. Como tantas veces en la vida, la locura y la pasión de unos pocos consiguieron salvar este oficio y han llevado a los vinos mallorquines a un presente prometedor en el que comparten calificación con los mejores, a nivel nacional e internacional.
Entrar en las bodegas mallorquinas de Santa María, Consell, Binissalem, Petra, Porreres, Montuiri, Inca, Felanitx y tantos otros municipios es no sólo probar los vinos, sino empaparse de la historia. El que en un momento fue su competidor se ha convertido en aliado y son ya muchos los turistas que se han cerciorado de la calidad de los vinos mallorquines. Ya que por diversas causas nunca se volverán a recuperar aquellas magníficas extensiones de hasta 30.000 hectáreas, los viticultores de la isla se han esforzado en hacer crecer sus vinos en calidad, mediante el equilibrio entre tradición, secretos de familia y avances científicos y tecnológicos.
Gracias a ello, Mallorca cuenta ya con su propia IGP “Vi de la terra de Mallorca”, una marca que apuesta por unificar criterios de bodegueros y viticultores y elaborar vinos de calidad que transmiten el carácter mediterráneo y la singularidad de la isla; así como dos Denominaciones de Origen.
Además, el turismo ha enseñado otras posibilidades y los viticultores han podido aprender el gusto y las inquietudes de los turistas. Aparte de las visitas y las catas, las bodegas han desplegado una oferta que abarca museos, eventos (gastronómicos, musicales, de espectáculos…) y opciones personalizadas. Como mencionábamos al principio, el enoturismo es muy plural, y los expertos mallorquines han sabido crear propuestas para cada gusto.